Cada uno de los tres fumó tres cigarrillos. Pero de las nueve colillas que quedaron en el cenicero, sólamente dos eran de Ramona. Su tercera colilla la apagó en el lavabo de la casa donde fue a pillar anfetas. Mientras tanto, Longino y Braulia esperaron pacientemente fumando en el café-bar entre rancheras y vasos de mistela. Él fue a pedir. Apagó su segundo pitillo con la punta del pie junto a la barra. Las tres colillas de ella, que también dobló con saña el papel dorado del envoltorio de su paquete, son las únicas que permanecieron íntegras en el platillo de vidrio. Si nos fijásemos con atención, podríamos deducir que Braulia es zurda porque todas están dobladas hacia la derecha y que, a pesar de sufrir ansiedad, no fuma con demasiada pasión ya que apaga los cigarrillos antes de acabarlos del todo. Muy al contrario que Longino, quien, tal vez preocupado por la rentabilidad de las pastillas en su reventa o por el menage a trois que montarán tras el negocio, se fuma casi hasta las letras. Las otras dos son mías. Me las he fumado yo mientras reconstruía los hechos.
1 comentario:
Historias anfetamínicas ....
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