jueves, 24 de septiembre de 2009

Yo fui un gafapastas adolescente

Eran tiempos difíciles. En la tele daban el programa Tocata. Mis primeras experiencias como oyente de música moderna se produjeron por el lado comercial. Escuchaba mucho la radio y siempre me dejaba influir por los gustos musicales de los vecinos y la gente que estaba a mi alrededor. Entonces, las tribus urbanas se repartían los mapas de las ciudades. Mi barrio estaba controlado por los heavies. Aunque había un pequeño reducto de rockers. Eran mucho más mayores y siempre iban en moto con sus novias. En aquellas fechas no recuerdo ningún punki por la zona. Mi vecino Tirso, escuchaba a Little Richard, a Chuck Berry y a Elvis. Cuando subíamos juntos en el ascensor, me pasaba algunas cintas de cromo con grabaciones piratas de viejos discos de rock. Empecé a escucharlas en el radiocasette de casa y a veces, las reproducía con ayuda de otro magnetofón que traía mi amigo Vicente. Grabábamos de un aparato a otro sin conexión alguna.
Un día, me miré al espejo y vi que podía hacerme un tupé estupendo sin esfuerzo. Para colmo, vi la peli Rebeldes o Grease o algo así, en VHS o en Beta no lo recuerdo. El proceso fue lento, duró lo que tardó en formarse el tupé aquel, pero lo peor fue esperar hasta que las patillas tomaran cuerpo. Como no me salía el pelo, tenía que encontrar un recurso que me distinguiera como rocker en aquel barrio de heavies que me miraban mal. Probé con casi todo: camisas de cuadros, chaquetas de béisbol, parches de los Stray Cats... Me lo curré bastante, pero mi ocasión llegó en el momento de cambiarme las gafas. No sé si se las vi antes a Woody Allen, a Buddy Holly o a Elvis Costello, pero las reconocí en el expositor de gafas de sol. Le pedí a oftalmólogo que cambiara las lentes ahumadas por unas graduadas transparentes sin filtro y después de dos días ya tenía en la cara unas gafas que nadie en el barrio, ni posiblemente, en la ciudad, llevaba.
Fue entonces que empecé a ver todo de otra manera. Incluso, empecé a confraternizar con los heavies que, lejos de querer partirme la cara con las gafas puestas, me hablaban con respeto y me dejaban cintas con grabaciones de Iron Maiden y Helloween. Mis patillas todavía no habían acabado de crecer, pero el tupé se fue desarrollando tanto que al final, se convirtió en una melenita rijosa. Alguien entonces me regaló una camiseta de Barón Rojo. Tardé algún tiempo en enterarme de que los muchachos me llamaban el Abstracto. Casi tanto como tardó en consolidarse la paz entre las bandas.

1 comentario:

Ebi Tempura dijo...

Dios mío, qué confusión evolutiva... Y encima nos quedamos con la duda de si al final le salieron unas patillas aceptables.