martes, 15 de marzo de 2011

Un viejo que leía novelas de amor, Luis Sepúlveda

Hay una pequeña historia con este libro, que no me había ocurrido con ninguno anterior. Lo compré en el mercado de Sant Antoni, un domingo matinal junto a mi madre. Fue uno de esos domingos en los que sales de casa mentalizado para no comprar nada, pero las portadas y los títulos fueron más fuertes que mi voluntad.
En cuanto empecé a leerlo me di cuenta que pisaba un terreno conocido, y a las pocas páginas sabía que lo había leído. Pero a día de hoy sigo sin coordenadas concretas. Imagino que en América latina, cuando intercambiaba libros, pero no sé ni dónde ni cuándo
Al principio me preocupé por la falta de memoria, pero luego lo agradecí, porque me ha dado la oportunidad de volver a leerlo y hacerlo con un gusto exquisito.
Esta joyita de historia, que merece lentitud y pausa para deleitarse, sólo tiene un pero: su brevedad. Cuando acabas, quieres más.
Encantador.

Salud

2 comentarios:

En la selva me pierdo dijo...

Mi gustar montón

Anónimo dijo...

El perfume de este libro me ha acompañado a lo largo de toda mi adolescencia, de mi juventud y, aún hoy, que estoy a las puertas de la madurez, sigue siendo una fuente de inspiración para mí. Para mí fue, en efecto, el primer contacto serio con ese antídoto contra la soledad del destierro, la derrota y el olvido que son la Naturaleza y la Palabra.

Retomo aquí los versos del poeta Manuel Altolaguirre, tal como los vi escritos en el respaldo de cerámica uno de los viejos bancos que adornaban el Paseo del Parque de la Málaga de mi juventud:

"Que árboles crezcan donde el amor no pudo dejar huella de su tránsito"

Salud!