lunes, 22 de noviembre de 2010

El ambiguario

A Eva, David y Jordi (que me echaron una mano)

Cuando lo despidieron de la empresa de dados y naipes trucados en la que trabajaba como comercial, Gregorio Echauri cogió el cheque con el finiquito y salió de la oficina dando un portazo y profiriendo gritos, tal vez influido por las grandes figuras del pensamiento occidental contemporáneo.
Con unas ganas insoportables de demostrarle al mundo su valía, invirtió su escaso capital en el alquiler de un bajo de diminutas dimensiones para instalar la oficina de su nuevo negocio. Llevaba preparándolo desde que el E.R.E. comenzó a planear sobre su horizonte. Se trataba de una tienda de ambigüedades. La decoración del local tuvo que ser austera en principio ya que el dinero sobrante de los inevitables primeros pagos fue aprovechado para producir y adquirir la mercancía que había de distribuir: purpurina mate, palmatorias beato-satánicas de brazo múltiple, modelos antiguos y modernos de televisor, camisetas con estampados ideológicamente contradictorios, banderas con el emblema de un país (o un club de fútbol) en el anverso y el de otro completamente distinto, en el reverso, pelucas calvas, mapas y gráficos sin leyenda, chanclas sin suela, orfebrería en latón, alta literatura editada en papel del W.C. (tapas blandas), eufemismos plurilingües varios, etc.
A pesar de los recelos que despertó en sus comienzos, pronto se hizo con las riendas del mercado pues su producto estrella era la eficaz redacción, casi instantánea, de discursos para campañas electorales, ingresos en selectos organismos o instituciones internacionales, comparecencias ante los medios, versiones oficiales y demás retóricas, escritas, en la trastienda, por un nutrido grupo de estudiantes de letras que, evidentemente, trabajaban de sol a sol y sin contrato.

3 comentarios:

Político=papel mojado dijo...

La prosa te está sentando pero que muy bien.....canalla!

Ebi Tempura dijo...

Oh!!

Nicanor Parra dijo...

AMBIGÜEDAD
AMBIGÜEVADA