martes, 15 de junio de 2010

Melodías sumergidas en cemento

La última vez que abandoné esta ciudad hambrienta lo hice sin despedirme. En la estación de metro que conducía a la de tren, el banjista ucraniano tocaba una pieza dixieland. Me quise detener para saber el precio de sus discos. Pero, ni él ni yo teníamos tiempo para parar. De un salto me subí al vagón. Se me rompió un asa de la mochila. A pesar de llevar poco equipaje, así se hacía más incómodo de llevar. Até las asas como pude para llevarla en la mano y llegué a la parada de la estación. Un nuevo laberinto de túneles en los que latía una atmósfera extraña, como una magia que está por descubrir y practicar. Miraba a los ojos a cada persona que me cruzaba. En medio del túnel otro músico. Una acordeonista rapada que interpretaba un vals. La prisa multiplicaba la velocidad del paso de los segundos. Me pareció que caminaba más lento de lo que debía. Como si todo el pasillo, conmigo incluido, nos ralentizáramos. Sentí que en cualquier momento podía ocurrir cualquier cosa y salpiqué mi jeta con una sonrisa. Una señora muy maquillada me miró fijamente como si le recordara a un viejo conocido que no podía tener mi edad. Entonces, pensé que alguien me dijo una vez que todos andamos demasiado preocupados por la tarjeta de metro. Me fijé en los horrorosos carteles publicitarios que decoraban las paredes. Estaba seguro de que no los iba a echar de menos. Cuando subí las escaleras, escuché al vendedor de cupones gritar ¡Adiós, ... adiós hipoteca!

3 comentarios:

Rickenbaker dijo...

Sudando tinta pero de lo lindo ... !!!!!!!!!!

Elvis is dead dijo...

El tupé de Del Casher... no tiene desperdicio ... y desde luego no hay nada como tocar el banjo en traje de chaqueta... es bien sabido!

Americana de tergalón dijo...

Es supercómodo sobre todo si está bien almidonada!