lunes, 12 de octubre de 2009

Campanas

En el barrio de la Ribera, las campanas de Santa María del Mar marcan la cadencia y el ritmo del tiempo y le dan al espacio que envuelve el templo un cierto aire de ruralidad y de pasado. Para quienes no usamos relojes, para quienes nunca hubiéramos creído que mediríamos el tiempo a la manera de los antiguos, es impactante sorprenderse contando cuartos y saber en qué momento del día nos encontramos.

Vivir en esta zona de la ciudad y trabajar cerca de ella convierten las campanas, ese signo de otro tiempo, en algo cotidiano y útil: las de la catedral suenan al entrar a trabajar y al salir, y también las de la iglesia del Carmen, que son más recias, o simplemente están en una calle más estrecha y retumban más poderosamente.

Y a veces, a la salida, otro signo: una nariz roja de payaso, el símbolo de la alegría, aunque para ser sincera, nunca me han gustado demasiado los payasos. Especialmente no me gustan los mimos, sobre todo esos que te siguen y te imitan. Sin embargo, igual que las campanas te muestran el paso del tiempo, a veces un mimo te coloca delante un espejo, cuando se sitúa a tu lado, emulando tu forma rápida de caminar y tu cara ceñuda. Y ves todo el peso de tus preocupaciones reflejadas en el gesto de alguien que lleva la cara pintada, una chaqueta de colores imposibles y unos zapatos enormes. Y te das cuenta de que tu seriedad pierde sentido… y te ríes. Y el payaso te acompaña con el sonido de un trasto que oculta en la mano y que genera una risa acelerada, como de dibujos animados, mientras él también ríe sordamente con una gran carcajada, sólo gesticulando y deformando el dibujo de su gran boca de carmín pintada sobre la cara. Igual que el sonido de las campanas, ese payaso cumple bien su cometido. Nunca le he dado monedas.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué grande tempura, me encantó. Definitivamente creo que desde la melancolía se escriben cosas muy hermosas, gracias.
A mi tampoco me gustaron nunca los payasos y odio a los mimos, pero me has ayudado a verlo de otra manera. El otro día comentábamos el surrealismo de los quietos de las Ramblas cuando paran a tomar un café por la mañana o charlan entre ellos con cara de persona normal mientras van vestidos de espantajo con un cigarro en las manos. Ahí suelo acordarme de Crasti, el payaso de los Simpson, cuando aparecía estresado en su oficina en plan mafioso...
La evidencia de que realidad y ficción están mezcladas siempre nos deja una sensación extraña, ¿no? Aunque sea mucho más cotidiana de lo que parece, para todas y todos nosotros creo que es así. Es el gran teatro del mundo.
Gracias de nuevo y besitos.
Martukein

Peskuezo de Eskuerzo dijo...

Las narices de payaso también sorben mocos y esnifan coca, huelen los pedos y se ponen rojas. Yo diría que le molas. Pero la pieza no la escucho que me da mal rollo...

Ebi Tempura dijo...

Me encanta que te haya gustado Martukein. Es verdad, lo de los payasos descontextualizados es divertido y chocante. Cuando les ves usar sus voces de persona normal y descansar mientras fuman o toman un café, resulta muy raro. Señor de Eskuerzo, ya veo que a usted tampoco le entusiasman los payasos. Eso de que huelen pedos y esnifan coca... espero que no lo haya escrito en horario infantil. Entiendo que le dé mal rollo la pieza porque es triste. Mucho. Pero es bonita. Escúchela algún día.

Peskuezo de Eskuerzo dijo...

A mí los payasos me encantan. De pequeño me asustaban, pero luego aprendí que sólo buscan una sonrisa. Desde entonces, siempre llevo una nariz roja en el bolsillo.