domingo, 6 de septiembre de 2009

La princesa y el sapo

Resulta que había una vez un sapo grande y ponzoñoso en una charca vaporosa y turbia. Desde el amanecer hasta la madrugada croaba discursos repetidos ya por sus más lejanos antepasados.
Una mañana de noviembre fue descubierto por la princesa Constitución que paseaba por el bosque acompañada de su séquito de cortesanos. La infanta, atraída por su desesperado croar, se arrodilló ante la charca y lo levantó del nenúfar en el que se hallaba, para sostenerlo en la palma de su mano real. El sapo se dejó atrapar porque nunca le había pasado nada parecido y aquello rompía con años de soberano aburrimiento. Entonces, la princesa Constitución, lejos de mostrar algún escrúpulo, le dio un largo beso con lengua.
Como todo el mundo sabe, la piel del bufo es altamente psicoactiva y el sapo grande y ponzoñoso se transformó entonces, en un príncipe alto y apuesto, que fue investido rey del páramo aquel porque, obviamente, se casó con la princesa para formar la primera monarquía constitucional.

1 comentario:

Ebi Tempura dijo...

¿En serio? ¿Se convirtió en un príncipe apuesto? Yo creo que el tipo siguió siendo el mismo sapo grande y ponzoñoso de los discursos repetitivos, pero que a ella le daba igual. Total, él no se había dado cuenta tampoco de que ella era una bruja disfrazada...