11.00 h: Tiene una cafetería en las afueras de la ciudad. El tipo perpetra desayunos con total impunidad. Sirve un café que quizás sea algo mejor que el que debían darle a él en la cárcel, y unos croisants que podrían servir de trampa para las ratas si fueran capaces de comérselos. Enfundado en su camiseta rosa, dibuja una sonrisa incómoda mientras su calva voluntariosa despide reflejos a diestro y siniestro. Deberían volver a encerrarte. No puedes llamar comida a semejante bazofia. Subimos al tranvía y nos alejamos lo más posible del garito. Llueve. Vaya manera de empezar el día.
13.00 h: No para de llover. Las ciudades no están pensadas para la lluvia, ni siquiera aquellas en las que siempre llueve. Las personas tampoco están hechas para tanta agua. El mercado de flores se llena de gente que pasea enfundada en chubasqueros de colores o cobijándose bajo sus paraguas, pero hoy ningún color brilla tanto como el gris, así que nadie compra. Los tenderos colocan toldos sobre su mercancía y en la cara el letrero de "estamos resignados".El tiempo, el mal tiempo, siempre te coge mal preparado cuando eres turista, porque el turista es por definición un optimista. Alguien que lleva escrito en la cara "hoy no lloverá" y "estoy dispuesto a pagar lo que sea por ese pedazo de basura". En la terraza cubierta de un bar suena una horrible música ratonera, como si alguien experimentara con nosotros. Definitivamente hoy no está siendo un buen día.
Recuerdos del Pataco, Gertrudis y la Niña Fea... Seguimos sin encontrar a Los Tristes.
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