martes, 25 de agosto de 2009

Alguien ha pisado el queso


Sin manicura ante un mac de titanio. Enfrente, mil años nos contemplan, sin esos cerezos rosas que probablemente lo adornaron hace no tantos lustros.
Lustro. Vaya antigualla. Estoy out of focus man. Paso el testigo, en forma de pregunta cuya respuesta jamás,
sería cosa del Padre Blas, que se marchó sin más.
Cayó un pedazo de queso “fent bàsquet per tauler”, cual Chicho Sibilio narrado por el ínclito Lluís Canut, saliendo despedido de un cuchillo asido por el Sr. Rodríguez, rebotando en la mesa y colándose entre los barrotes de la baranda chin chin chin pum del balcón de Can Toni, para quedar depositado en la media regata de la acera del carrer Sant Pau.

Hasta donde me llegan los calcetines pienso hablar. Nunca cederé los derechos de mi pantorrilla a cualquier guardia urbano de Castefa acelerado por las clenchas que atesoran sus rodillas ridículas censuradas hasta en el diario hablado de radio nacional de españa.
Siguiente.
Hubo continuidad. Le dieron las gracias y lo entregron a los nazis. Era 1941 y Alfonsón supo que la vida no era una película. Debía escapar de ese vagón oscuro que le llevaba al cadalso pero se le veía el percal, no había grietas fáciles y sus semejantes estaban tan asustados como él.
Transición churril (Churchill) de ésos tiempos a estos lodos, y a momentos de elementos químicos sintéticos sacados del laboratorio de la vida, moléculas, estoy aquí, estoy más o menos, estoy a medias.

Hay rutas que uno nunca debe tomar. Por ejemplo el sentimentalismo barato, a no ser que tengas vocación de pelagatos pegajoso y meloso. Para aquellos que no sepan donde llorar sus fotos sepia, les recomiendo un semanario del país, sección “tendencias”.

La adolescente chasqueó la lengua y accionó el dispositivo. Se lió la de Dios. Tenía diecisiete años, como Rocío Durcal.
Por suerte, a la primera ranchera la apedrearon con violencia, dejándole el potorro como el clínex de un tísico. Cuando llamó a urgencias, todos se habían ido. Pop! Pop-pop-pop!
Fue todo bastante áspero, el ambiente era considerablemente cáustico, con momentos corrosivos, però tot bé, tot bé, pudimos sobrevivir tal tremendo espectáculo aunque nos tuvo cariacontecidos durante aproximadamente dos minutos. Lo justo y necesario para poder regresar a nuestra observación quesil, pues el fragmento aludido en párrafos precedentes seguía incólumne sobre la acera aguardando discretamente una segunda muerte esta vez por aplastamiento o algún parecido perecer
Iba el pavo del palo Bryant Ferry. No colaba. Al menos lo intentó. Hasta el final, escalando a su balcón, intentando entregarle una flor y esperando a que llegase la guardia Civil. Se levantó como una estrella y se lanzó desde la barandilla con una asombrosa tranquilidad, de espaldas, esperando que bellas manos femeninas frenasen suavemente su caída y lo transportaran entre caricias, hasta la eternidad.
Pero no fue eso lo que sucedió. Simplemente, cayó violentamente sobre la acera aplastando el pedazo de queso.
No había palabras. ¿Recuerdan al harmónica de “érase una vez en el oeste”? Pues más o menos.

(texto sin depilar. el primero desde el balcón viajes)

4 comentarios:

Peskuezo de Eskuerzo dijo...

Qué curioso! En mi casa pasó algo parecido con unas morcillicas de Cuenca, pero cayeron en otro tipo de regata...
Hay una cosa del texto que me ha mosqueao: Sr. narrador o personaje, tiene ud. todo el derecho a aconsejar pero reconozca el nuestro a publicar aquí nuestro más que barato, regalao, sentimentalismo o los llantos sobre nuestras fotos sepia. Con vocación o sin ella. Los semanarios tienden a marginarnos, no nos marginemos nosotros mismos que no tenemos otro sitio. Ajos como.

uno de los tres dijo...

buena circulación tendrá

Peskuezo de Eskuerzo dijo...

No se crea...

Anónimo dijo...

Yo voy a romper una lanza por quienes hacen continuos desnudos emocionales en este blog (léase Martukein, Fray...). Me parece que tienen una forma valiente de expresarse. Personalmente, soy bastante cobarde en el aspecto emocional, de manera que suelo hablar con una contundencia que responde tanto a la firmeza de lo que observo y creo, como al personaje y la máscara tras la que me oculto/protejo. E. Tempura.