viernes, 10 de julio de 2009

El pianista en el burdel

Hay profesiones que generan una admiración inexplicable, y que el cine y la televisión han aprovechado hasta límites insospechados explotando el prestigio social que absurdamente conservan a lo largo de décadas. Los médicos, los policías y los periodistas, por ejemplo, son el centro de miles de historias en cualquier medio que permita explicar gráficamente misterios, intrigas, muerte, codicia, sexo (como hacía Shakespeare, pero sin pluma rasgando papel…). Y ese continuo producir historias sobre estos profesionales retroalimenta el aura que cada año consigue llenar de tiernos estudiantes los primeros cursos de las facultades y academias. En medicina, ellas esperan ser la Dra. Grey de todas las anatomías; en periodismo, ellos quieren ser los Bernstein y Woodward del Caso Watergate (no los de verdad, sino los que interpretaron Redford y Hoffman allá por los setentísimos); en las academias de policía (autonómicas o no) ellos y ellas esperan ser… ¿los hombres de Paco? ¿El Mahoney de Loca Academia de Policía?... Bueno, en esto ni forzando la empatía puedo entender la atracción por la imitación. Los personajes que pueblan esas increíbles historias que nos narran Hollywood y la televisión tienen trabajos obscenamente entretenidos, y lo último que piensan, qué carajo, es en trabajar.

El caso es que de vez en cuando sale uno que va y la clava en la vida real. Y eso es lo que le ha ocurrido al protagonista del pelotazo editorial mundial de los últimos tiempos: el sueco Stieg Larsson. Resulta que el autor de la aclamada (–perdón, se me escapó el topicazo de marketing-) trilogía de Millenium era periodista, una profesión tan poco valorada por gente del gremio que alguno muy conocido llegó a decir “No le digas a mi madre que soy periodista. Ella cree que soy pianista en un burdel”. Pues bien, el pianista del burdel sueco (el piano lo debió comprar en Ikea, claro) ha pulverizado récords de ventas con una historia que vuelve a incidir en lo mismo: el periodista macro-machoman que va descubriendo misterios a la par que seduciendo hembras a su paso, y la investigadora rollo Kill-Bill, con pocas habilidades sociales -como cualquier investigador de ficción que se precie-, pero en miniatura y encima chula.

Larsson, que como cualquier periodista debía ser al escritor lo que el sastre al diseñador de moda, es decir, un simple artesano que copia patrones pero que cumple el objetivo, se salió de la tabla con una historia de las de siempre. ¿El problema? Que el destino disparó al pianista: tres días después de entregar la tercera parte de su trilogía, murió de un infarto, lo que significa que el sueño se hizo realidad y el tipo no tuvo tiempo ni de saberlo… Lo más jodido de la historia es que, cochino mundo, a este no lo resucita ya ni el Dr. House.

Ebi Tempura

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ebi dispara con balas de plata. Sin embargo, la compañera sentimental del pianista -la arquitecta sueca Eva Grabrielsson- certifica que cuando Larsson falleció ya había comenzado a escribir la cuarta novela de la serie. Habemus mimbres, al loro...

Larsson Maniacs, Vejer de la Frontera, inc

Peskuezo de Eskuerzo dijo...

Yo todavía no tuve ni el placer ni el disgusto porque tendría que ir al gimnasio para sostener esos tochacos, pero denme tiempo. Lo que no entiendo es cómo los fans de Larsson todavía no le han declarado la guerra a ud.