jueves, 26 de marzo de 2009

Cotilleo

Entré en el bar y enseguida me di cuenta de que la camarera era nueva. Hablaba con acento francés y era muy guapa. Le pedí una cerveza y me puse a leer el diario. Mientras leía el parte desesperante de noticias, los tres borrachos que había en la barra hablaban mal a gritos de un tal Guillermo. En la discusión, derramaron un cubata casi entero. La camarera se apresuró a limpiarlo todo con una bayeta amarilla. Yo la miraba de reojo.
En eso, entró el dueño del bar, un burracón casi anciano, de carácter impresentable y tristísima figura que habitualmente, e incluso sin beber, tiene muy mal vino. A pesar de su permanente deterioro físico, el tipo parecía salir de un baño reparador porque lucía buen aspecto y traía la mirada clara. Parecía estar de mejor humor que cuando se encontró cien euros en el suelo del bar.
Serían sobre las siete de la tarde y la nueva camarera acababa su turno. El jefe le dijo que la esperaba el sábado por la noche, la joven asintió y en ese mismo instante, el hombre aprovechó para insinuarle una cita. ¿Después nos emborrachamos? le preguntó insinuante. La chica levantó las cejas e improvisó una excusa improbable e inaudible. No le vi la cara al tipo porque estaba de espaldas pero debió ser un poema de los malos.
Cuando ya había cobrado, la muchacha había cogido sus cosas, un abrigo, un bolso pequeño y una carpeta verde y se disponía a salir del antro, pero corrigió la ruta y fue al lavabo. Dejó su carpeta encima de un taburete. El dueño del bar aprovechó la ausencia momentánea de la camarera para acercarse al portafolios. Lo abrió y revisó todos los papeles que contenía, con tanta tranquilidad que hasta se humedecía el índice para escudriñar todo con curiosidad insaciable. Momentos antes de que regresara la camarera, el dueño del bar ya había leído todo y había devuelto la carpeta a su sitio. La chica salió y no se dio cuenta de nada. Antes de abandonar el establecimiento, se quedó pensativa unos segundos en la puerta.

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