domingo, 3 de junio de 2012

Paz (Crónicas de la democratización de la cultura IV)

«Las palabras no tienen absolutamente ninguna posiblidad de expresar nada. En cuanto empezamos a verter nuestros pensamientos en palabras y frases todo se va al traste» 
Marcel Duchamp

En su taller, se respiraba paz. Paz y una mezcla de olores entre la cola de contacto y el disolvente, sin evitar la ceniza acumulada, el polvo y la humedad. Siempre había una radio libre emitiendo. Las paredes atestadas de máscaras africanas en madera de teka y ébano. Trabajaba a sus anchas en cuarenta metros cuadrados repletos de herramientas, trastos, cartones, plásticos, hierros, maderas, piedras,... Cuando la conocí, estaba trabajando su serie en plastilina. Si a cualquier escultor este material le servía para crear moldes, a ella le bastaba para hacer sus creaciones. Para mí no es un medio, es un fin en sí mismo. Me trae recuerdos de la guardería. Cada creación es como un viaje a la infancia. Además es barato. Paz había empezado con la piedra. Tenía obras en granito, alabastro, mármol y cuarzo, expuestas en varios museos europeos y americanos. Continuó con la madera, siguió con el bronce y el acero. Los únicos materiales que se había negado a trabajar eran el oro y el marfil, por motivos de conciencia. Estuvo casi una década dedicada al hormigón y se puede comprobar en las obras que vendió como monumentos urbanos a ciudades como Vaduz, Brcko, Riga, Katowice o Costanza. Cada uno de estos encargos me ha permitido invertir en el arte gratis. Porque, cuando tienes dinero, el tiempo es más fácil de conseguir. Llegó un momento, a raíz de un accidente con una estatua de vidrio, en que Paz dejó de esculpir y se dedicó a modelar. Su serie de plastilina consistía en pequeños dioramas que representaban, no sin cierta desproporción, cinéticas escenas cotidianas como una niña comprando hogazas de pan, una señora patinando sobre hielo, una abuelita leyendo a Tolstoi,... Una vez que las tenía listas, salía a instalarlas en las esquinas, en las jardineras de los árboles, en los bordillos más insospechados. Una tarde me pidió que la acompañara a colocar un par de piezas.

En las calles del barrio se respiraba inquietud, pero si Paz decidía pararse a fijar con silicona alguna de sus tablillas multicolores, todo parecía adquirir un equilibrio tan efímero como los pasos de los viandantes o la mirada extrañada de los niños que, a veces, arrancaban los muñecos para jugar con ellos. Aunque lo admitía, se esforzaba por ponerlas en lugares difícilmente accesibles a la chavalería y a las brigadas municipales de limpieza. Bueno, así es el arte. No es mejor porque resista más.

2 comentarios:

pan para hoy dijo...

densa la abuela jejejejeje .....

Liev dijo...

No veas... jojojojojo!